Zapatero gana las elecciones


La derrota electoral del Partido Popular es clara y sin paliativos por más que se consuelen diciendo que, como el PSOE, han mejorado su número de escaños y votos en menoscabo de los nacionalistas y de IU. Y esta derrota del PP, en condiciones que les eran favorables, por causa de los múltiples errores de Zapatero, tiene nombres y apellidos. Y el primero de ellos es Mariano Rajoy, responsable máximo de lo que ha ocurrido en el PP en los pasados años. Le siguen, en el segundo rango de responsabilidad directa del fracaso, José María Aznar y Esperanza Aguirre, colaboradores necesarios en la disparatada estrategia ultraconservadora de la oposición del PP, aquí incluida la defenestración de Alberto Ruiz-Gallardón. En el tercer escalón aparece Pedro J. Ramírez, impulsor, desde el diario El Mundo, de la teoría de la conspiración del 11M, en compañía del ínclito insultador de la COPE, Federico Jiménez Losantos. En el cuarto peldaño de la derrota están los portavoces del PP en la pasada legislatura (y en la derrota en el 2004), Ángel Acebes y Eduardo Zaplana. Y en el quinto lugar de la lista de autores de este batacazo se sitúan la Conferencia Episcopal, con el cardenal Rouco a la cabeza, y la AVT del inefable Alcaraz, quien —como las ratas ante el humo— abandonó el barco de la Asociación saltando por la borda en la víspera de las elecciones.
En esta tragicomedia que son las elecciones generales podría decirse, con algo de sorna a pesar del dramatismo que encierra el pensar que Zapatero seguirá al frente del Gobierno otros cuatro años, que, como en la pugna de cantantes españoles aspirantes al concurso musical de Eurovisión, ganó el que en una crónica satírica podría calificarse como “El Chikilicuatre”. Lo que le obligaría a Mariano Rajoy no a botar de alegría en el balcón del PP de la calle Génova de Madrid —como lo hizo—, sino a saltar por encima de la barandilla, cosa que podría haber ocurrido si hubiera dejado salir a ese balcón a Esperanza Aguirre, que lleva mucho tiempo empujando a Rajoy para ocupar ese balcón de la derecha española, al que se asomó, antes de tiempo, el día de la victoria/espejismo de las elecciones municipales. Pero para el Partido Popular las cosas son mucho más serias que todo esto, a la vista del dictamen final de los ciudadanos. Ello les obliga a un reflexión y una renovación teniendo en cuenta la autoría de esta derrota, que abrirá una profunda crisis en el PP y que, si no se soluciona de manera decisiva, todavía podría empeorar. E incluso abrir una escisión, si los que han cosechado las dos derrotas seguidas se empeñan, por tercera vez, en seguir al mando de la situación.
Hablamos de los que han sido, en estos años, responsables de un radical giro a la derecha profunda del PP, cuando el PSOE abandonaba el centro para abrazar a los nacionalistas. Todos ellos, por ejemplo, bailando al son de la “conspiración del 11-M” que el flautista Pedro J. Ramírez, emulador del músico Hamelin, hizo sonar, sin la menor prueba o indicio sólido, sólo para vender periódicos, encadenando a todo el partido a las mentiras del 11-M y de la guerra de Iraq, mientras con la otra mano Pedro J. trataba a Zapatero de “iluso estadista”. Cuando la obligación del PP era la de pasar página, reconocer errores depurados en las urnas del 2004, y concentrarse, con moderación e inteligencia, en las mentiras y desafueros del Gobierno de Zapatero, que han sido enormes, y ante los que Mariano Rajoy fue incapaz de reaccionar con la responsabilidad y serenidad que merecía la ocasión y en compañía de nuevos portavoces que transmitieran credibilidad (y no la gran mentira de Acebes y Zaplana), con un equipo de gobierno que ofreciera a los ciudadanos una imagen de alternativa sólida, moderada y centrada, en línea con el discurso que, en cierta manera, representaba Gallardón.
Pero al alcalde de Madrid lo tiró Rajoy por el balcón de Génova pocos días antes del inicio de la campaña electoral, en una nefasta jornada en la que el líder del PP, ante el chantaje de Aguirre, dio la talla de su incapacidad política y sus pésimas maneras. Fue incapaz de poner orden en la disputa entre Aguirre y Gallardón a lo largo de cuatro años, y cuando tomó una decisión, lo hizo tarde y mal, para dejar constancia de lo mucho que a él le repugna el centro político, ante el asombro de muchos seguidores del PP y de los electores indecisos y desencantados del PSOE. Ese día Rajoy se dio un tiro en la rodilla con la pistola que, por debajo de la mesa, le había dado Esperanza Aguirre, que, en las actuales circunstancias, pensará que ésta es su oportunidad para ocupar la presidencia del PP, lo cual sería otro, el enésimo, error, de su ambición ciega y particular, en la que ha gastado no pocos esfuerzos atacando a Gallardón, apuñalando a Rajoy y persiguiendo a los medios de comunicación que no eran de su clan, como al diario ABC del tiempo de Zarzalejos, un periódico al que el resultado electoral le habría dado hoy día la razón, si no fuera porque, en última instancia y expulsado su buen director, el rotativo monárquico se subió al carromato enloquecido de la extrema derecha, agitado por la larga mano de Aguirre y por los Luca de Tena, los Ybarra y el conspirador Alcázar, lo que les impedirá ahora ocupar el vacío que, sin duda, ha dejado tras de sí la enloquecida línea editorial de El Mundo y la COPE.
José María Aznar tiene en todo esto una grave responsabilidad, casi tan alta —por dejadez de Rajoy— como la que tuvo en la derrota del 2004. Sobre todo por su empeño en justificarse él, sus mentiras y sus errores y por hacer cargar al PP con todo ello, a lo largo de cuatro años en los que no cesó de clamar su ira y su amargura por los lejanos desiertos y remotas montañas de la conspiración del 11-M. Aznar debió reconocer esos errores, quitarles la protección y los cargos a Acebes y Zaplana —a los que impuso a Rajoy— y frenar la ambición de Aguirre, alejándose del primer plano de la política, lo que nunca hizo. Pero Aznar quiso ser él y otra vez se olvidó de España, de la que tanto habla, para ver si los disparates de Zapatero acababan dándole la razón, y por segunda vez se equivocó. Pero se puede volver a equivocar en una tercera ocasión si, aprovechando la derrota del PP, de la que sin duda es un indiscutible coautor, se presenta como el dueño y señor del partido para volver a señalar, con su dedo autoritario, el nombre de su segundo sucesor.
Lo de Acebes, Zaplana, la Conferencia Episcopal (que recibirá de Zapatero su propia y amarga medicina) y la AVT no merece más comentario. Cabe subrayar que los dos primeros seguirán en el grupo parlamentario del PP en el Congreso de los Diputados, donde ya se verá quién lo acaba controlando cuando aparezca el nombre del que deberá ser el sucesor de Rajoy al frente del PP. Algo que debería ser inevitable a la vista de la derrota del PP en un tiempo en el que, tras los muchos errores de Zapatero, la victoria en estas elecciones generales debería de haber estado al alcance de la mano del PP.

Fuente: http://www.estrelladigital.es/diario/articulo.asp?sec=opi&fech=10/03/2008&name=marcello

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